lunes, 12 de diciembre de 2011

CHEHADE, EL HOMBRE SIN ESPEJO

Por: LUIS DELGADO-APARICIO PORTA

Imposibilitado de reconocerse, Omar Chehade carece de formas sociales recíprocas. Actúa mal, pero siente que está en lo correcto, sin darse cuenta del colosal e irreparable daño que le causa a su gobierno. Protagonista de un evidente acto de corrupción, presunto delito de tráfico de influencias, está encerrado en sus contradicciones, su actuación es patética, agravada por ser abogado. Cínico y soberbio, es actor de una neurótica parodia sin percatarse del pesaroso final que se aproxima.

Resulta triste que nadie le crea a un vicepresidente, al extremo de que por haber mentido galvanizó al Congreso en su contra y ni siquiera tuvo el decoro de abstenerse. Entonces, al no obtener el resultado esperado, claro, se hace la sufrida víctima. Esa seguidilla de contradicciones, de idas y vueltas, son un tremendo papelón.

Muestran al tiranuelo que tiene dentro, defendiéndose con argumentos de sainete y desacreditando a quien piensa diferente. Pero, mientras tenga cámara y un micro delante, cual “Popy Olivera”, buscará imponer sus equivocadas ideas, teniendo en su interior a un “omarcito” que lo hace omnipotente, el único dueño absoluto de la evidencia.

“Dime de qué alardeas y te diré de qué careces”, sabio pensamiento del refranero español, le cae como anillo al dedo. Empezó jactándose de una posición que nunca tuvo, desmentido por dos respetables exministras de Estado. Arrastra un descomunal ánimo de figuración, alimentado por los cargos que ostenta, trastocado hacia una “opulenta grandiosidad” por los bienes públicos que utiliza y lo hacen sentir importante.

Alucina pensando que el cargo hace al hombre y no al revés, siendo su relación y contacto con la realidad tan leve y etérea como el de una hoja. Vitaminiza su egolatría con poses de divo y al no satisfacerle lo que tiene, quiere más, ambición que mata, una muestra palmaria de tener triturado su interior y embriagado por la vanidad.

Como persona confundida siente que todos lo persiguen, habiendo sido su defensa una constante negación de lo ocurrido, de que solo se trata de un error político. Su endiosamiento le impide ser cuestionado por nadie, producto de haberse creído el cuento que el poder lo merece, realidad que pronto sentirá pesadamente en carne y espíritu.

Tal comportamiento implica la ausencia, tanto de autocrítica como de valores, debiendo enfrentar pronto al magistral espejo público, donde las verdades salen a la luz y en el desierto de los espejos, al decir de Borges, se encubren descomunales falsedades. Si tuviese algo de decencia, pediría disculpas por el dislate, pero su obstinación se lo impide, huella dolorosa que le remorderá, siendo la gran pregunta ¿cómo llegó?

Será desaforado e inhabilitado, ya que habría que estar muy equivocado como para blindarlo, lo que sería una monumental calamidad para sus patrocinadores. Su equívoco colinda con el no hay peor ciego que el que no quiere ver. ¡Lamentable!

Fuente: LA RAZÓN