martes, 24 de mayo de 2011

DE DICTADORES Y LACAYOS: LOS OMINOSOS PARALELOS DE CHÁVEZ Y HUMALA

11 de mayo de 2011
Por Carlos Atocsa

Carlos Atocsa es Jefe del área jurídica del Instituto Pacífico y miembro de Acrata. Obtuvo su título de Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y fue editor de la revista Ortodoxia Liberal.

Hace como seis años, una empresa de televisión por cable local incluía en su paquete el canal estatal venezolano VTV (Venezolana de Televisión). Esta estación propalaba “Aló Presidente”, una especie de maratón televisiva de la más baja estofa, en la que Hugo Chávez fungía de moderador (¡vaya ironía!) y donde se encargaba semanalmente de bravuconear sobre su revolución “bolivariana”, haciéndoles recordar a los demás quién mandaba en su país. Lo veía de vez en cuando, absorto, siendo testigo de cómo un pueblo, en pleno siglo XXI, sucumbía a la más primitiva campaña de demolición de sus instituciones democráticas y de su economía.

Ante el auditorio mejor pagado de la nación (ministros, generales, funcionarios, militantes gobiernistas, etc.), el líder del autodenominado “socialismo del siglo XXI” contaba chistes (que curiosamente todos, al unísono, encontraban muy risibles), ordenaba el cierre de medios de comunicación, anunciaba confiscaciones y estatizaciones, promovía la ocupación de predios de propiedad privada, azuzaba a sus hordas (los temibles “círculos bolivarianos”, armados y financiados con recursos públicos) a amedrentar a los seguidores de la oposición, entre otras tropelías. Y todo en vivo y en directo.

Observando a todos esos sujetos que, imperturbables, tenían que asistir horas y horas aplaudiendo y festejando las ocurrencias del líder del cual dependían sus sueldos, me preguntaba yo si esas delirantes imágenes podían repetirse en mi patria.

¿Existirán en el Perú personajes como ese José Vicente Rangel (que fungió de vicepresidente y de canciller), Aristóbulo Istúriz (un mediocre lisonjero que fue ministro de educación), Nicolás Maduro (un rufián que llegó a ser nada menos que el presidente del Poder Legislativo) o Mario Silva (el conductor con modales de sicario de ese esperpento televisivo llamado “La Hojilla”, que varias veces se ocupó del Perú), todos estos impresentables secuaces y lamebotas que son tan indispensables en toda dictadura?

Pues sí, sí existen, y están embarcados todos en la versión peruana del modelo chavista, la del teniente coronel Ollanta Humala. Está Omar Chehade, un discreto abogado que hoy es candidato a la primera vicepresidencia, que se arroga el dudoso mérito de ser campeón de la lucha anticorrupción cuando su propio estudio asesoró a Julio Salazar Monroe (un conocido cómplice de Montesinos), mientras él ostentaba el pomposo cargo de procurador anticorrupción. Está Javier Diez Canseco, que ya resignado a no ser el “Lula” peruano (él fue el primero en seguir de cerca el proceso del PT brasileño) le ha vendido esa idea, no a un sindicalista como Mario Huamán (el líder de la central obrera peruana), sino a un militar fascista como Humala (que gustosamente la compró por pura estrategia electoral, ya que en los hechos su propuesta sigue siendo chavista), en una demostración más de lo extravagante e incoherente que es este "nacionalista" socialista.

Pero también están esos oportunistas de última hora que, bajo el efecto Bandwagon, se han subido al Jeep de Humala. Están Kurt Burneo, que junto con su ex líder Alejandro Toledo acuñaron antes de la primera vuelta la frase “salto al vacío” cuando se referían a la candidatura de Humala y que, en un acrobático salto dialéctico, ahora sostiene —convertido en el responsable de defender la reducción o jibarización1 de ese mamotreto estatista que es el plan de gobierno chavista de Gana Perú a un inofensivo documento de dos hojitas2, en un caso más de descarada tomadura de pelo al electorado— que no era para tanto y que en verdad se trataba de un “salto a la piscina, pero con agua [sic]”; Humberto Campodónico, que hasta ahora no nos explica por qué las políticas estatistas bolivianas en materia de hidrocarburos, que tanto alababa y que terminaron en un estrepitoso fracaso con el reciente “gasolinazo”, puede ser exitoso ahora en nuestro país; Baldo Kresalja, que promovió en el 2004 la regulación estatal de los contenidos en los medios de comunicación; o Francisco Eguiguren, que después de publicar varias decenas de artículos y libros sobre el fracaso de la anterior Constitución de 1979, esta vez, al parecer, se apresta a ser protagonista estelar de la desaparición de la actual de 1993.

Son los "tontos útiles" ("useful idiots"), en la expresión atribuida a Lenin, que todo dictador necesita en su travesía al poder. Luego los empleará y cambiará3 o los expulsará con desprecio por tener ese origen oportunista y porque incluso a ellos les resultará intolerable el nivel de servilismo que les exigirá el autócrata, que para mantener su régimen no conoce otra forma de lealtad más que no sea la sumisión absoluta.

Este artículo fue publicado originalmente en Acrata (Perú) el 3 de mayo de 2011.