domingo, 15 de mayo de 2011

LA TRAGEDIA VITAL DEL SOCIALISMO II

Uri Ben Schmuel
Domingo 15 mayo 2011

Las ideas tienen consecuencias, y las malas ideas, malas consecuencias.

En esto pensaba las últimas semanas cuando, a la luz de las encuestas, todo hacía suponer que una mayoría electoral simple —sin mucho que perder hoy y sin interés alguno en luchar por lo que con esfuerzo podría lograr mañana— terminaría por entregar en bandeja de cobre el país a las ideas programáticas del nacional-socialismo de Humala y compañía.

Las últimas encuestas, sin embargo —¡albricias, mesdames et messieurs les citoyens!—, claramente marcan un cambio en la tendencia, una tendencia que, ahora sí, y sin margen de error alguno que la oscurezca, indica que esa otra mayoría, esta vez la absoluta (los más silenciosos hasta ahora, pero atentos espectadores de las rabietas de los menos), decidida está a que se la escuche: No al salto al vacío —les increpa a estos últimos—, y agrega en tono enérgico: si el plan de gobierno de Humala fuera tan… “especial” (por llamarlo de alguna manera) no buscarían desesperadamente cambiarlo por enésima vez, ¿o sí? (Por cierto, ¿fusilarán los humalistas —siguiendo sus principios doctrinarios— a quienes elaboraron el primer plan, acabando así de una buena vez por todas con esas mentes privilegiadas que hacen de eco a voces que se escapan del mismísimo Infierno?)

Los ideólogos que trabajaron en el alumbramiento de la primera versión de ese (¿gran?) texto político-económico ignoraron soberanamente el papel que los in-cen-ti-vos juegan en la economía en general y en toda actividad económica en particular. Y fruto del azar sí que no es: toda una vida burocrática (no todos, cierto) dedicada a cualquier cosa menos a crear, generar, producir riqueza, solo a eso puede conducir: a ignorar, por desconocimiento —teórico y práctico—, lo que vendría a ser la piedra angular, es decir, la piedra más importante en la construcción del edificio económico de la humanidad: el “incentivo”, o aquello que mueve a homo œconomicus a desear o hacer una cosa… (tan claro lo tenía Teddy Roosevelt, policía del mundo en su momento, que, con garrote en mano, exhortaba a su oponente a escoger la zanahoria.

Más impuestos, como verás, Félix, desincentivan, desmotivan, por mucho que disfraces el garrote con besamel.)Ausencia de incentivos e ineficiencia en el gasto de los recursos públicos, eh ahí la esencia de la tragedia vital del socialismo.
Al ejemplo del gasto del dinero, vaya este otro, un ejercicio aritmético sobre cómo los incentivos a trabajar y producir desaparecen bajo este sistema: supongamos que diez grandes amigos se hayan puesto de acuerdo para trabajar y repartirse “equitativamente” lo que produzcan. Cada uno produce diez kilos de trigo, es decir, el PBI en esta sociedad asciende a 100 kilos. Viven entonces en este mundo ideal y utópico siempre y cuando (ojo: “siempre y cuando”) se cumpla con el acuerdo: todos producen y consumen lo mismo. Hay una perfecta igualdad en el ingreso.

Las cosas empiezan a cambiar cuando, siendo la naturaleza humana lo que es, fue y seguirá siendo, a uno de ellos, llamémosle Huguito, se le ocurre reducir sus horas de trabajo a la mitad, ergo, su producción disminuye en un 50%, de diez a cinco kilos. El PBI cae de cien a noventaicinco, y cada uno de estos grandes amigos ve cómo su consumo disminuye de diez a nueve kilos y medio. Pero ¡ah! el consumo de nuestro querido Huguito solo disminuye en un 5%. Si él, por el contrario, buscase trabajar más para consumir más, el resultado nos daría un escenario opuesto, pues su consumo se incrementaría en solo una fracción de su producción adicional: una imagen espejo.

Resumiendo entonces, cuando la propiedad de los bienes es comunitaria y se da un consumo equitativo de la producción, se desincentiva a los que quieren producir más y se motiva a quienes quieren trabajar menos y buscan vivir del esfuerzo de los demás. Dicho esto, Su Señoría, I rest my case.

Tomado de: LA RAZÓN